El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, abrirá mañana todos los telediarios. La situación así lo merece, ya que, según apuntan todas las señales, anunciará un programa histórico de compra de bonos soberanos con el objetivo de conseguir inflación rebajando los costes de financiación y desplazando el crédito desde el sector público al privado.
Sin embargo, conviene preguntarse cuáles son las posibilidades de éxito de esta política. En EEUU y Japón, después de inyecciones billonarias de liquidez, la inflación está languideciendo, ¿quién dice que no pasará lo mismo en Europa?
Desde el punto de vista de los costes de financiación, la mayoría de Estados miembro pagan unos intereses en mínimos históricos ¿qué beneficio tendría rebajarlos unas décimas más? ¿Se fomentará el crédito? La banca alega que no hay demanda solvente y un QE no la va a crear. Además, las autoridades siguen exigiendo mejores ratios de capital y solvencia a las entidades, ¿cómo van a dar créditos así?
¿Y si el BCE comprase bonos de EEUU?
En las últimas semanas no se habla de otra cosa que de la compra de deuda, pero la política monetaria ofrece muchas posibilidades. ¿Qué pasaría si el BCE comprase bonos de EEUU y no de la eurozona? Esta estrategia se basaría en comprar los títulos estadounidenses que la banca europea tenga en su balance, lo que generaría otros beneficios.
El objetivo principal de esta política sería provocar una depreciación masiva del euro. Una caída de la divisa del 20% o del 30%: una auténtica devaluación maquillada con buenas palabras.
A corto plazo tendría dos efectos positivos. En primer lugar, ayudaría a generar inflación por la vía de aumentar la base monetaria y por la de importar inflación, ya que los precios de los bienes y servicios del exterior aumentarían inmediatamente. «Devaluar el euro generaría beneficios para casi todos los países de la eurozona», explican los expertos. En segundo lugar, los niveles de competitividad de las economías europeas aumentarían de golpe, lo que podría atraer la inversión productiva, esa que crea puestos de trabajo en lugar de especulación. Sería realizar una política monetaria similar a la del Banco Popular de China, que también compra de forma masiva bonos de EEUU para mantener su divisa baja.
Esta decisión eliminaría un foco de ruptura en el seno del BCE y, además, evitaría poner en duda su propia credibilidad. Si la entidad compra deuda de todos los países del euro, estaría incorporando en su balance bonos basura, como los griegos o portugueses, por lo que se encontraría con el rechazo de Alemania. Por el contrario, la deuda de EEUU tiene máxima calificación crediticia, nada de riesgo. Esta elección también tendría otros efectos positivos, ya que generaría incentivos para que los Estados miembro «mejoren la sostenibilidad de sus cuentas públicas y emitan una deuda de más calidad», advierte Javier Santacruz, economista y socio de Anoa Capital.
Ninguna política monetaria tiene sólo beneficios, y ésta no iba a ser la primera. En primer lugar, porque podría generar tensiones entre EEUU y Europa en el caso de que la Reserva Federal quisiese endurecer sus condiciones crediticias (ya han protestado muchas veces sobre la estrategia de China). Los problemas para Europa se derivarían de una fuerte subida de las primas de riesgo de los países periféricos. Los inversores ya han descontado que el BCE comprará bonos y, si no lo hace, habrá castigo en el mercado. Además, a medio plazo hay riesgo de que las exportaciones deterioren la balanza por cuenta corriente y de que se eliminen muchos incentivos para que las empresas eleven su productividad.
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